viernes, 6 de febrero de 2009

2 de febrero de 2009

Dicen que el hombre propone y el Señor dispone y es cierto (no lo del Señor, que sobre eso cada cual piense lo que quiera). Después de tanto correr a la desesperada tenía el mas firme propósito de quedarme tranquilito en Ushuaia, buscar un café, planificar un poco el viaje, leer, contestar algún e-mail... descansar en definitiva. Pero nada mas levantarme conocí a Sergio y a Sixto que cambiaron mis planes. Catalán uno, andaluz el otro, me invitaron a unirme a ellos para ir al Parque Nacional Tierra del Fuego y hacer una marcha. Bien saben los que me conocen que no soy yo de muchas marchas, ni nocturnas ni diurnas, mas bien de cama y tumbona (no necesariamente en este orden) pero debo reconocer que era una propuesta tentadora. Todavía no había desayunado y el estomago reclamaba lo suyo pero sacrifique el desayuno y acepté inmediatamente. Salí del hostel bien preparado como siempre: sin agua ni comida, sin desayunar y con la batería del GPS descargada. Bien, Oliveras. Menos mal que mis compañeros llevaban de todo.

Fuimos en coche hasta la entrada del Parque y bordeándolo llegamos al mar. Esa fue la mejor parte. El paisaje era fantástico. Montaña, mar y viento, mucho viento. Viento patagónico que modela la forma de los árboles de esa forma tan característica. Alternamos playas, lagos y bosques bordeando el canal de Beagle hasta llegar a La ensenada donde está la última estafeta de correos en esta parte de la tierra así que no pude menos que enviar alguna postal.

Después un camino mas domesticado indicaba 3 horas hasta Lapataia una bahía casi en la frontera con Chile. Hacía mucho frío. Apenas iba con el forro polar y una camiseta pero iba disfrutando del paisaje, los pájaros carpinteros, los castores y conejos (estos dos últimos muy odiados por no ser especies patagónicas y haberse reproducido incontroladamente hasta convertirse en plaga). Calculo que anduvimos más de 25 kms. No me imaginaba mejor escenario para cumplir años.

Hacer autostop no fue fácil. Mejor dicho, no fue fácil que nos parasen pero la necesidad obliga y las piernas no daban más de si así que lo intentamos hasta que alguien se apiadó de nosotros. Agradecimos viajar en la parte trasera de una pick-up los últimos kms. de vuelta.

Esa noche me invitaron a cenar a casa de Tamara y Marcial, ushuanianos de toda la vida, con los que compartimos unos traguitos de vino y unas pizzas. Nos acompañaba otro amiguete argentino (amante del buen vino como se puede ver en la foto).
Tamara pertenece a una de las familias usuhaianas más importantes y antiguas. Y de su familia era una de las casas mas emblemáticas de la ciudad comprada a principios del siglo pasado en Suecia por catálogo (ya estaban los suecos por entonces vendiendo casas de madera). Ahora es un museo y se puede visitar. Tamara me regaló de recuerdo una reproducción de un cuadro hecho por su hermano de la casa.
De madrugada y a modo de despedida subimos a un mirador para apreciar la ciudad iluminada. Creo que no podía haber tenido mejor día de cumpleaños.

Llegué al hostel a las 5 de la mañana, justo a esas horas Sergio y Sixto salían en autobús hacia el Calafate. Yo me quedé dormido enseguida entre los ronquidos acompasados de unos que no había conocido ni llegaría a conocer.

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