lunes, 23 de febrero de 2009

Chaitén, zona cero

A medida que me voy aproximando el misterio se hace mas grande. Hace doce horas que conduzco por la Carretera Austral, antigua Augusto Pinochet (http://es.wikipedia.org/wiki/Carretera_Austral), y no ha parado de llover. Por casualidad decido tomar el ferry de Chaitén a Chiloé. Más tarde me enteraré que no hay otra posibilidad para llegar a Puerto Mont. A lo largo del camino fui escuchando distintas versiones sobre Chaitén, y la existencia del ferry. Que si el pueblo está cerrado, que si la línea no opera. Nadie sabe a ciencia exacta que pasa allí y eso me intriga.
Pocos kilómetros antes de llegar, empiezo a ver coches abandonados en la cuneta. Las calles desiertas y en muy mal estado. Sigue lloviendo a cántaros. Mas tarde me entero de todo. Me entero de que el 2 de mayo del pasado año, el volcán Chaitén cercano al pueblo del mismo nombre empezó a escupir lava y ceniza. Me entero que doce días mas tarde, ya evacuado el pueblo, el rió se desbordó llevándose por delante casas, enseres, barcos por delante casas, enseres, barcos y coches. Y me entero de que los habitantes de Chaitén siguen empeñados en volver a sus casas, a su pueblo mientras que el gobierno pretende trasladarlos a todos a otras localidades y cerrar Chaitén. Pero de todo eso me entero mas tarde, ya en la pensión, cuando las hermanas Rita y Marieta, activistas de pro, me cuentan su historia.
“Sólo nos queda la bandera, es lo único que no nos pueden quitar” – me comentan – “Nos han cortado el agua y la luz, pero no nos echarán de nuestras casas, antes la muerte”. Una ley chilena impide desalojar a alguien de su casa cuando tiene izada la bandera nacional. Ese es el motivo de que haya tantas en el pueblo. Cada bandera es una familia que quiere vivir en el pueblo. “La semana pasada cortamos la rotonda e impedimos que los autos subieran al ferry. Durante siete horas todo estuvo parado. Finalmente enviaron a los carabineros, seis por cada uno de nosotros. Ahí no pudimos hacer nada”. “Pero lo que mas les dolió (a las autoridades) fue que saliéramos en la prensa con banderas argentinas, eso les dolió.” En el Mercurio, uno de los periódicos de más tirada en Chile, aparecen con las banderas.
Me duermo pensando en todo lo que me han contado pero también en el volcán, todavía activo, todavía en alerta roja. No siento ningún temblor en toda la noche pero estoy intranquilo, todavía no he podido verle. Por la mañana voy a la naviera. Me confirma que el barco está lleno y que no puedo irme hasta la mañana siguiente. Al principia me contraría, después lo veo como una oportunidad. Paseo por las calles del pueblo, ya de día, mientras sigue lloviendo como nunca he visto llover.
Una señora ofrece desayunos y empanadas en lo que antiguamente fue una librería. Es prácticamente la única oportunidad para desayunar y no la desaprovecho. El marido, pescador de oficio, me sigue ampliando la historia. El ha perdido casa y barca. Todo lo que tenía después de muchos años de trabajo. Me lo cuenta con la mirada perdida en el mar color ceniza que se ve desde la ventana. Hasta no hace mucho un mar azul llegaba hasta la costanera que ahora esta llena de barro y restos del desastre.
Y es que el verdadero problema en Chaitén no fue el volcán sino el río que fue acumulando ceniza hasta que se desbordó. Pasaron varios días sin que las autoridades o el ejército hicieran algo para impedirlo. “Este gobierno no nos quiere, no nos ayuda” – continúa Rita. Ahora estoy en el río junto a ellas de nuevo. Hemos ido a ver el pueblo y sacar fotos. Temen que el rio vuelva a desbordarse.
Entre las teorías que barajan los habitantes de Chaitén para explicar la actitud de gobierno está desde la existencia de oro y brillantes en la zona hasta la construcción de un hidroeléctrica pasando por los intereses particulares de Douglas Tompkins un americano que ha comprado casi toda la región. La versión oficial es que se desmantela el pueblo por razones de seguridad puesto que el volcán sigue activo.
Por la tarde, junto a la estufa y unos amigos chilenos del norte, comentamos la historia intentando hacernos con ella. Para ellos también era desconocida en gran medida. Quizás eso sea lo que mas llama la atención. El secretismo que rodea Chaitén para el resto del país.
Desconozco la realidad de los hechos, si la razón está del lado de los vecinos o del lado del gobierno, pero me ha llamado la atención su historia y quería que la conocierais.
http://es.wikipedia.org/wiki/Chait%C3%A9n
http://diario.elmercurio.com/2009/02/23/nacional/_portada/noticias/13BA57A3-B0E1-41F3-93B3-18728C2A8FAA.htm?id=%7b13BA57A3-B0E1-41F3-93B3-18728C2A8FAA%7d

Nota: Recién llegado a Santiago y varios días después de salir de Chaitén conecto la CNN y me entero de que el volcán ha vuelto a tener actividad y que se ha reavivado el tema. Chaitén vuelve a estar de actualidad.

miércoles, 18 de febrero de 2009

La Carretera Austral

Amanezco muerto de frío. Salgo del coche y el viento me tira al suelo. Apenas hay luz para hacer unas fotos. Sin desayunar y con el cuerpo destemplado tomo de nuevo la 40 hacia Gobernador Gregores. Me aprovisiono de combustible, agua y comida. Tardo más de seis horas en llegar a Bajo Caracoles. Al pasar el pueblo tomo el desvío que me llevará una frontera. El paisaje se vuelve más espectacular y la conducción mas divertidas, subidas, bajadas, curvas, cambios de firme y unos paisajes increíbles. Finalmente llego a la frontera, una casita pequeñita en mitad de las montañas. Amablemente me explican que no puedo sacar el Falcon del país. No puede ser, tiene que haber un error. Debo ir me dicen a la otra frontera, a Los Antiguos, Esto es sólo una delegación.

La otra frontera está a 90 kms. La misma distancia que a Bajo Caracoles. Apenas tengo gasolina. Tengo de nuevo que tomar una decisión, pero esta vez no estoy bajo el ventilador en Buenos Aires. Ahora estoy en mitad de la nada. La opción correcta es ir a Bajo Caracoles pero me obligaría a dar un rodeo de más de doce horas. La ventaja es que el camino es todo bajada y seguramente me alcanzaría la gasolina. La opción incorrecta es tomar una carretera que conecta ambos puestos fronterizos de forma directa pero es todo subida y difícilmente llegaría con la gasolina que tengo. Además el agente de fronteras me ha advertido que está impracticable y que sólo se puede subir en 4x4. Me lo pienso un instante. Miro un camino y el otro. Finalmente decido jugármela y tomo la opción incorrecta. Es lo malo que tiene ser cabezón. El agente no mentía, es todo subida y el camino está lleno de barro. Las ruedas patinan y por momentos pienso que me voy a quedar en el camino pero salgo de la situación a base de volante. Al poco caigo en un charco. El agua entra por las ranuras de las puertas pero el Falcon va lanzado y vadea como puede el lodazal. Me hace falta tiempo (la frontera cierra a las 22:00 hrs) y gasolina (sólo tengo un cuarto de tanque). Por si fuera poco todo tipo de animales se me echan encima. Un conejo, otro conejo,.. parecen tontos. Ahora una vaca, casi me la trago. Miro el indicador de la gasolina. Está casi a cero. El camino tiene baches de todo tipo, algunos me da tiempo a encararlos bien, otros me los trago. El coche brinca como un potro. No sé como sucede pero a veces, cuando derrapo, veo aparecer la trasera del coche por la izquierda o por la derecha. Debe ser un efecto óptico. Salva la vida un conejo por milímetros. Por el retrovisor todavía la cara de susto. Ahora todo está saltando por los aires, mi maleta, los botones de la radio, las manivelas de las ventanillas… Algo choca contra el parabrisas. Es el faro izquierdo. Vuelvo a mirar la gasolina, no tengo. Me voy a quedar en mitad de estas montañas inhóspitas. La maldita frontera no aparece. Sólo veo oscuridad. Noto unos tironcitos y pienso que ya está, que la he cagado, pero es solo una falsa alarma. Atravieso unos barrancos que apenas vislumbro. No hay sitio para el coche pero los paso sin saber como. Estoy nervioso y tenso. Me duele la cabeza y no aparece nada.
Finalmente, veo unas luces en la oscuridad. Me cuesta pero llego a la gasolinera. Casi no me lo creo. La frontera ya está cerrada pero no me importa. Miro al Falcon como a un héroe. Por primera me doy cuente de que le estoy tomando cariño.
Agotado, hago noche en una pensión sin siquiera cenar. Me preocupa cruzar la frontera al día siguiente. Puede echar al traste el viaje.
Amanezco y hago una rápida evaluación de daños. El coche está lleno de barro hasta el techo y tuerto del faro izquierdo pero mecánicamente impecable. No relleno ni agua, ni aceite. Por mas que lo pienso me sigue pareciendo increíble.
Salgo hacia la frontera. Las mismas pegas pero se hacen cargo de mi situación y me dejan pasar. Ya estoy de nuevo en Chile.
Ha sido tanta la tensión de las últimas horas que por primera me relajo y soy feliz viendo el camino que por otra parte sigue siendo espectacular. Recojo a unos chicos israelíes que andaban por el camino. No serán los últimos. A éstos seguirán varias tandas más. Me sorprende ver tantos por aquí y me cuentan que en Israel es una tradición venir a Sudamérica cuando terminan los tres años de servicio militar. Y debe ser verdad porque no dejan de aparecer por el camino. Van cargados hasta los topes y a todos les brillan los ojos cuando les paro y ven el maletero del Falcon. De vez en cuando les tanteo con preguntas un poco comprometidas. Su mili no es como en España. Estos han disparado, han entrado en guerra. Y sólo tienen veintitrés años. Ellas veintidós porque hacen un año menos.
Por fin me encuentro con la Carretera Austral, (http://es.wikipedia.org/wiki/Carretera_Austral), que resulta ser la peor de todas con diferencia. Su nombre original era Carretera Augusto Pinochet porque fue el dictador el que mando acometer semejante obra faraónica. En la actualidad esta abandonada y con tramos sin terminar que impiden la conexión por tierra de esta parte de Chile con el norte o el sur y la convierte de facto en una isla. Tengo que reducir la velocidad aún mas, hacer noche en Cochayque, tener paciencia. Las jornadas son de horas para avanzar unas decenas de kilómetros. Algunos tramos son casi impracticables y lo peor es que no deja de llover. La carretera es tan estrecha y la vegetación tan exuberante que me parece que estoy en la selva. En ese momento todavía no me he dado cuenta donde estoy.

Ruta 40

Llevaba mucho tiempo esperándote y por fin te veo. Me das respeto. Te miro desde dentro del coche en silencio. Me debes una, sabes que me debes una. Arranco el motor y meto primera. Acelero un poco y sigo avanzando. Te voy reconociendo. Algunos de tus tramos ya no son de ripio pero sigues igual de desolada. Pasan horas. Finalmente llego al punto y me pongo a recordar. Me diste un buen susto. Pero solo fue eso, una advertencia.
Bajo del coche e inspecciono. Aquí mismo hace unos años me salí de la carretera. Dos ruedas reventadas. No pasó nada. Hubiese sido mala suerte darse con un árbol en este desierto. Luego vino Dai, en su bicicleta. Enjuto, maloliente de haber recorrido toda la Patagonia. Tomamos mate hasta que unos camioneros nos salvaron. En la 40 puede pasar mucho tiempo hasta que pasa alguien. Decido hacer noche en mitad de la nada. Meto el Falcon por una loma hasta que encuentro un lugar mas resguardado (S 49º 24.733 W 71º 29.671). Preparo el asiento de atrás, la manta, los libros, y el cuaderno de viajes. Me tumbo y miro el cielo por la ventanilla. Está negro. Y hace viento, un viento de 80 Kms. por hora que mece el coche como si fuera una cuna. Dejo a un lado “El país del viento” y comienzo “La aventura de un fotógrafo en La Plata”. Cambio a Susana Iparraguirre por Bioy Casares. Me fumo un puro. El puro de la Patagonia.
Mañana tendré un día complicado pero todavía no lo sé así que me quedo dormido. Afuera no hay nada, solo el viento.

http://es.wikipedia.org/wiki/Ruta_Nacional_40_(Argentina)

sábado, 14 de febrero de 2009

Bienvenidos a Porvenir

Tengo enfrente Porvenir. Parado, con el motor del Falcon ronroneando, salgo del coche y me quedo un instante mirando sus casas de madera y chapa mientras pienso que no hay mejor nombre para un pueblo ni mas apropiado para mi.

La lancha trasbordadora hacia Punta Arenas ya partió y no hay otra hasta mañana así que no me queda otra que hacer noche en Porvenir. No me importa, todo me invita a quedarme. Busco habitación y la encuentro en el Hotel España, cómo no.

Las calles están desiertas, la luces apagadas. Sin embargo noto una cierta efervescencia, al fin y al cabo es viernes. El viento dobla en cada cuadra. Entro en un bar o club social de la época. El local es grande pero está completamente vacío, apenas unas mesas y unas sillas desperdigadas. En un rincón del local hay una pequeña barra que apenas distingo al entrar. Me tomo una cerveza en la barra mientras observo al personal. A un lado, sirviendo, tres mujeres. Al otro, tomando, tres hombres. Ríen y cuentan historias que apenas entiendo. Es fácil hacer amigos en Porvenir. Al poco ya me han invitado a una cerveza. Correspondo yo pagando otra ronda siguiendo el código no establecido. Vaneska sirve mientras Orlando me cuenta su vida. De otra parte de Chile, como casi todos los que luego conocería, vino al pueblo fundamentalmente por trabajo. Aquí no falta y a ello contribuyen las facilidades dadas por el gobierno para el establecimiento de empresas, exención de impuestos, etc…

Soy un hombre afortunado me dice Orlando, mañana se celebra la Compe- tencia Inter- nacional de Asado de Cordero Patagónico al que acudirán asadores de Chile y Argentina para llevarse el primer premio. Toda una oportunidad. Decido quedarme otra noche más.

Al día siguiente concurro a la Competencia. Se celebra al aire libre. Los asadores sudan por todos sus poros intentando que su asado quede el primero. El personal expectante con el tenedor en la mano. Conozco a más gente. Es fácil hacer amigos en Porvenir.





Por la noche es la entrega de premios. Cuando entro en el club, me encuentro una gran sala llena de gente totalmente a oscuras. Parece que se ha ido la luz. Me siento en el rincón a disfrutar. La gente patea cabreada porque quieren baile. Yo no les entiendo, estoy encantado oyendo voces y risas pero sin ver nada. Es una sensación extraña. Finalmente se suspende el acto. A la salida conozco a Alicia y a sus amigas que me proponen continuar la fiesta en otro lado. Vamos a un pub del pueblo. Apenas hay nadie pero a ellas les da igual y se ponen a bailar. De tanto en cuanto, un hombre caballeroso las saca a bailar. Yo, en mi rinconcito, bebo cerveza en silencio.

Me proponen bailar. Agradezco el gesto pero contesto que no bailo. Es un principio que he respetado toda mi vida. Lo entienden y siguen bailando. Me voy al hotel a dormir.

A la mañana siguiente se entregan finalmente los premios. Previamente el speaker del acto agradece la presencia de un español que está viajando por toda Sudamérica. Se produce una ovación y tengo que saludar. Me muero de vergüenza.


Una orquesta de mariachis cantan para terminar con la ceremonia. Mis amigas siguen bailando hasta que cojo el ferry que me llevará al continente. Desde la cubierta del barco veo a las toninas (delfines) que siguen el barco a modo de despedida.
Esa noche, ya en Punta Arenas, aburrido y solitario me meto en un pub de mala muerte. Nadie se fija en mi, ni me dirige la palabra. Echo de menos Porvenir.

Por la mañana salgo hacia Puerto Natales. El coche no va bien, tiembla y no tiene potencia. Parece un problema con las bujías, pero no tengo tiempo de solucionarlo y me marcho renqueando con cuatro cilindros (la ventaja de tener seis). Un par de horas mas tarde aparece un cartel en la carretera: Bienvenidos a la Provincia de la Última Esperanza.

jueves, 12 de febrero de 2009

El fin del mundo

Estoy parado frente a un cine que proyecta en unos minutos la película “El día que se paró la tierra” (en España creo que tiene otro nombre). No es necesario que os cuente mi afición a meterme en los cines de aquellos países en los que pongo mis pies a pesar de no entender el idioma o no gustarme la película (especialmente si concurren ambas circunstancias). Hoy el título de la película me parece casi una señal. El fin del mundo visto en el fin del mundo pienso, y me meto.
El cine se encuentra a escasos metros de la Cárcel del Fin del Mundo (a estas alturas ya os habréis dado cuenta que aquí todo es del fin del mundo, la cerveza del fin del mundo, la ciudad del fin del mundo, el tren del fin del mundo, etc…). Apenas unos minutos antes he estado visitando la prisión y me ha dejado impresionado y con algo de mal cuerpo. Por eso me parece buena idea meterme en el cine.

Estoy prácticamente solo en la sala y el ambiente es frío. El argumento de la película es sencillo, unos marcianos vienen a salvar la tierra y para ello deben acabar con la humanidad. A los cinco minutos ya estoy aburrido y me pongo a pensar en Ushuaia, en los últimos días, en los paisajes, en el glaciar Martiel, en el museo (del Fin del Mundo). Repaso mentalmente todas la excursiones y situaciones vividas pero sobre todo pienso en la cárcel y en los presos. No dejo de darle vueltas.

No pretendo aburriros con la historia de la prisión, sus orígenes o de sus reclusos algunos bastante conocidos en argentina como Mateo Banks o el petiso orejudo. Podéis leerla si os apetece en (http://es.wikipedia.org/wiki/C%C3%A1rcel_de_Ushuaia). Pero si algún días pasáis por estas tierras merece la pena una visita. Ponerse en el lugar de aquellos hombres, pensar en el concepto. Una cárcel dentro de una cárcel. Dos anillos concéntricos de los que no se podía salir. Una prisión que nunca tuvo muros. Para qué.

En mi mente los presos, vestidos a rayas como en los tebeos de Mortadelo y Filemón, tocan sus instrumentos en mitad de la nieve bajo la atenta mirada de su custodio. La gente les echa monedas y cigarrillos. Es una foto que he visto en el museo. Se me ha quedado grabada.

Mientras tanto en la pantalla el marciano está a punto de acabar con la especie humana pero en el último instante ve en ella algo bueno – no sé muy bien qué – cambia de opinión y nos perdona. De paso la castigada naturaleza pierde la oportunidad de salvarse y se va a hacer puñetas (esto no se ve). Se oyen murmullos de desaprobación en la sala, la gente hubiese preferido la desaparición de la humanidad. No hay quien los entienda.

Salgo del cine. La gente sigue comentando la película que lleva su moralina ecológica y que aquí lo relacionan con el agujero de la capa de ozono (especialmente cerca, por cierto). Espero a que se vaya el último espectador. Ya ha anochecido y hace frío. Me subo la cremallera del abrigo medio tiritando. No puedo reprimir una última mirada a la prisión que a esas horas apenas es una sombra en la oscuridad. Tengo que apurar el paso.

viernes, 6 de febrero de 2009

2 de febrero de 2009

Dicen que el hombre propone y el Señor dispone y es cierto (no lo del Señor, que sobre eso cada cual piense lo que quiera). Después de tanto correr a la desesperada tenía el mas firme propósito de quedarme tranquilito en Ushuaia, buscar un café, planificar un poco el viaje, leer, contestar algún e-mail... descansar en definitiva. Pero nada mas levantarme conocí a Sergio y a Sixto que cambiaron mis planes. Catalán uno, andaluz el otro, me invitaron a unirme a ellos para ir al Parque Nacional Tierra del Fuego y hacer una marcha. Bien saben los que me conocen que no soy yo de muchas marchas, ni nocturnas ni diurnas, mas bien de cama y tumbona (no necesariamente en este orden) pero debo reconocer que era una propuesta tentadora. Todavía no había desayunado y el estomago reclamaba lo suyo pero sacrifique el desayuno y acepté inmediatamente. Salí del hostel bien preparado como siempre: sin agua ni comida, sin desayunar y con la batería del GPS descargada. Bien, Oliveras. Menos mal que mis compañeros llevaban de todo.

Fuimos en coche hasta la entrada del Parque y bordeándolo llegamos al mar. Esa fue la mejor parte. El paisaje era fantástico. Montaña, mar y viento, mucho viento. Viento patagónico que modela la forma de los árboles de esa forma tan característica. Alternamos playas, lagos y bosques bordeando el canal de Beagle hasta llegar a La ensenada donde está la última estafeta de correos en esta parte de la tierra así que no pude menos que enviar alguna postal.

Después un camino mas domesticado indicaba 3 horas hasta Lapataia una bahía casi en la frontera con Chile. Hacía mucho frío. Apenas iba con el forro polar y una camiseta pero iba disfrutando del paisaje, los pájaros carpinteros, los castores y conejos (estos dos últimos muy odiados por no ser especies patagónicas y haberse reproducido incontroladamente hasta convertirse en plaga). Calculo que anduvimos más de 25 kms. No me imaginaba mejor escenario para cumplir años.

Hacer autostop no fue fácil. Mejor dicho, no fue fácil que nos parasen pero la necesidad obliga y las piernas no daban más de si así que lo intentamos hasta que alguien se apiadó de nosotros. Agradecimos viajar en la parte trasera de una pick-up los últimos kms. de vuelta.

Esa noche me invitaron a cenar a casa de Tamara y Marcial, ushuanianos de toda la vida, con los que compartimos unos traguitos de vino y unas pizzas. Nos acompañaba otro amiguete argentino (amante del buen vino como se puede ver en la foto).
Tamara pertenece a una de las familias usuhaianas más importantes y antiguas. Y de su familia era una de las casas mas emblemáticas de la ciudad comprada a principios del siglo pasado en Suecia por catálogo (ya estaban los suecos por entonces vendiendo casas de madera). Ahora es un museo y se puede visitar. Tamara me regaló de recuerdo una reproducción de un cuadro hecho por su hermano de la casa.
De madrugada y a modo de despedida subimos a un mirador para apreciar la ciudad iluminada. Creo que no podía haber tenido mejor día de cumpleaños.

Llegué al hostel a las 5 de la mañana, justo a esas horas Sergio y Sixto salían en autobús hacia el Calafate. Yo me quedé dormido enseguida entre los ronquidos acompasados de unos que no había conocido ni llegaría a conocer.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Empezar por el final

Voy Patagonia abajo con el Falcon devorando kilómetros como una fiera (como una fiera el coche me refiero). Siento que voy huyendo de algún lado hacia ningún lado como los protagonistas del libro de Mempo Giardinelli, “Final de novela en Patagonia”. La temperatura ya no es tan alta pero hace calor. En la radio siguen con el tema de los calefones. La verdad es que hacen buenos descuentos y por momentos me van entrando ganas de comprarme uno.

La Patagonia no se acaba nunca. Poco después de salir de Puerto Madryn paro brevemente en Trelew para hacer algunas compras: una bolsa de deportes para llevar los libros que compré en la calle Corrientes antes de salir y un trípode no muy bueno. Salgo zumbando para Camarones pero no me resisto a hacer una paradita en la pingüinera de Punta Tomba. En la entrada pongo cara de argentino y procuro no hablar. Voy con los doce pesos de la entrada en la mano. Pienso que el Falcon me ayuda a camuflarme y eso me hace ser optimista. “¿Español?” – me pregunta el taquillero. No entiendo cómo se ha podido dar cuenta. En fin, no puedo mentir, y menos en estas cosas así que confieso y me clavan los 35 pesos preceptivos. No termina de gustarme eso de que haya precios para nacionales y precios para turistas. Veo los pingüinos medio cabreado pero en seguida se me pasa. La pingüinera es especta- cular y merece la pena el precio de la entrada.

Quiero hacer noche en Camarones donde ya estuve unos años atrás. El camino hasta allá es de ripio y en este terreno el Falcon se encuentra en su salsa. Trago polvo como un maldito pero consigo llegar al pueblecito antes de que anochezca. Busco a la misma señora de la mercería-farmacia para alquilar la misma cabaña. Al final me deja un cuarto bastante más económico pero que se ajusta perfectamente a mis necesidades. Salgo para disfrutar del pueblo. Anochece tarde, cuanto mas al sur mas tarde. Siento la soledad de la playa cercana. En realidad siento la soledad.

A la mañana siguiente sigo huyendo hacía el Fin del mundo. Es lo único que tengo claro de todo el viaje. Quiero estar allí el día de mi 42 cumpleaños. Cuando me planteé este viaje tenía claro que Ushuaia tenía que ser el primer punto del recorrido. Empezar por el final. Empezar por la ciudad más austral. Sé que no será como me la imagino pero me da igual.

Sigo pisando el acelerador. Estoy en plena zona petrolífera y se ven pozos de extracción por todas partes. Paso Comodoro Rivadavia de largo sin que signifique un desprecio.

Alguien me dijo que a partir de los cuarenta no se lee sino que se relee lo ya leído. Creo que con los viajes pasa un poco lo mismo y quizás por eso paro en Caleta Olivia y localizo un restaurantito frente al mar llamado El Faro. Voy buscando una sensación de felicidad perdida y un bife de chorizo. Encuentro lo último. Años atrás, recalé en este local por casualidad. Estaba desierto y daba la sensación de haberlo estado por mucho tiempo. Me fascinó. Ahora es un “tenedor libre” como dicen aquí y está lleno de familias y trabajadores. El ambiente es mas alegre pero salgo decepcionado. Todo cambia. Todo cambia tan rápido.

La Patagonia es infinita, llevo más de dos mil kilómetros y aún me quedan otros mil. La luz ya es diferente por estas latitudes, siento el fin del mundo cerca. Calculo que no llego a Río Gallegos y decido hacer noche en Puerto Santa Cruz, un pueblo muy prolijo y agradable. El policía, que a modo de segurata controla quien entra al pueblo y quien no, me recomienda la Hostería municipal para alojarme. Resulta ser un hotelito bastante majo.

La gente de Puerto Santa Cruz es “retranquila”. Aquí nunca pasa nada, nunca les pasa nada. A la mañana siguiente echo nafta al Falcon antes de retomar la ruta 3 pero hay que hacerlo con cariño y el gasolinero no sabe. La gasolina rebosa de cuando en cuando por la boca. “Es mañoso” – me comenta refiriéndose al coche. Pongo cara de no comprender. “Que es viejito, que ya tiene sus mañas”. – me aclara. Lo mismo que el dueño pienso yo.

Falta un día para mi cumpleaños y quiero llegar antes del anochecer a Ushuaia. Voy algo justo de tiempo y me encomiendo a los santos para que el coche no me deje tirado y pueda conseguir el objetivo. La temperatura ha cambiado así como los rostros que ya no son los mismos de Buenos Aires. Más morenos, más indios. Enciendo la calefacción con optimismo injustificado pues una hora después no deja de salir aire frío por la tobera. Con resignación paro el coche y saco el forro polar del maletero. Empieza a llover y pienso que mas que acercarme al fin del mundo el fin del mundo se acerca a mí.

En un puesto policial pasado Rio Gallegos, recojo a dos autostopistas, dos santos. Son don “pibes” muertos de frío. Huelen a alcohol y no han dormido. Vienen del concierto de La Renga, uno de los grupos mas puestos ahora mismo en Argentina.

A mi lado se sienta Lucas que se me antoja un santo (San Lucas) pero de Buenos Aires. Lleva cinco años trabajando en Tierra del Fuego. “Acá pagan bien y ya me he construido mi casa” – me cuenta – “pero trabajar como soldador de estructuras al aire libre es duro, sobre todo en invierno”. El otro santo, Pablo, dormita en el asiento de atrás. Es de Jujuy y el frío lo mata (pero acá pagan bien pienso). Tengo la sensación de que me van a dar suerte.

Llegamos al primer puesto fronterizo. Una hora de cola y trámites. Enseño mis papeles. “Usted es extranjero y no puede conducir un vehículo fuera de la Argentina” me explica con tranquilidad el agente. Ya empezamos. “Si puedo, me informé en Buenos aires antes de salir y tengo todo en regla”. Mira de nuevo mis papeles y me deja pasar a regañadientes. Por un momento pensé que se me acababa el viaje.

Otros dos santos, colegas de mis acompañantes, me preguntan si les puedo llevar con ellos. Por qué no, hay sitio de sobra. Ahora el Falcon va completo. Uno durmiendo en el maletero despatarrado y los otros tres repartidos por los polvorientos asientos del coche. Se les ve buena gente. Han pasado penalidades, no han dormido. Todo por ver a su grupo.

Miguel, que hace ahora de copiloto me pregunta si tengo mate. No sé que le hace pensar que puedo tener mate, el Falcon supongo. “Claro” - contesto con naturalidad y le saco mi kit completo de buen argentino compuesto por mate, bombilla, termo y yerba. Miguel va cebando y repartiendo mate entre todos. Con su “celular” pincha música de La Renga.

Durante unos cientos de kms. atravesamos territorio chileno para volver a entrar en territorio argentino. Caprichos de las fronteras y de los gobernantes que las establecen. En total cuatro puestos fronterizos y un trasbordador para cruzar el estrecho de Magallanes. El viaje se hace interminable pero ya estoy en la Provincia de Tierra del Fuego.

Sobre las siete de la tarde dejo a los pibes en su ciudad, Río Grande. Lucas me da su teléfono por si tengo algún problema en la carretera y me invita a su casa para cuando vuelva. “Y tomamos unas empanadas y unas pizzas, algo sencillo”. Le agradezco el gesto y me despido de ellos. Han sido ocho horas juntos, ocho horas de charlas, mates y música. De repente vuelvo a la soledad y al silencio.

Me queda algo más de dos horas para llegar a Ushuaia. Ya estoy muy cerca del final pero la noche se me está echando encima. La llanura patagonica cambia y comienza una carretera de montaña sinuosa y un poco peligrosa. El Falcon gime en cada curva. Lleva doce horas sin parar. En realidad cuatro días sin parar. Me asusta la posibilidad de quedarme tirado en las montañas. El paisaje que intuyo es espectacular pero hace frío y no hay cobertura de móvil. Tampoco hay poblaciones cercanas, si acaso alguna hostería de tanto en cuanto. Apenas pasan coches.

Sobre las diez y media de la noche veo las primeras luces de Ushuaia. He llegado. Más de tres mil kilómetros desde Buenos Aires. La ciudad más austral. El fin del mundo. Lo que quería. Empezar por el final.

Busqué alojamiento, cené algo rápido y cumplí 42 años.