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(http://www.youtube.com/watch?v=UW-UxJTqygM)
Veo la cola del Falcon echando fuego y me da la sensación de estar llegando al infierno. Pero el infierno llegará un poco mas tarde, en un par de horas, cuando sienta que he pinchado una de las ruedas. Paro el coche, salgo y veo el destrozo. Apenas queda la llanta. Miro a un lado, al otro. De nuevo la nada, solo un tremendo dolor de cabeza y la noche que empieza a echarse encima. Tengo media hora de luz así que no pierdo tiempo.
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Sigo adelante, ya pocas cosas me pueden pasar. El día desde luego ha estado completo. Supero la cota de los 4.000 metros. El paisaje se torna rojizo. Ya de noche paso el control chileno. Unos kilómetros mas tarde llego al argentino. Problemas con la documentación. Me invitan a pasar la noche con ellos. Acepto. Son las diez de la noche y no hay vida en muchos Km. Ceno con ellos en familia mientras vemos el fútbol. Están en chándal y chancletas. En realidad parece una peña gastronomica o un club de amigos. La cena está muy rica, la ha hecho uno de ellos. River va perdiendo y hay cara de sufrimiento en sus caras. Me retiro a dormir antes de que termine el partido. Me dan unas mantas y duermo en una especie de habitación para invitados.
Al día siguiente, temprano, prosigo viaje. El camino de ripio empeora. Tengo cuatro horas hasta la siguiente gasolinera y como siempre poca gasolina. A las dos horas, ya estoy con la reserva y mendigo unos litros en un pueblecito del camino. Es la primera población que veo casi en veinticuatro horas. Alguien, de rostro indio y muy tostado, me vende cinco litros. Estoy salvado. Con esto llego a San Antonio de los Cobres.
Tras horas de desierto y aridez, sin gasolina ni agua ni comida, las grises casas de San Antonio se me antojan un oasis. Están hechas de adobe porque es lo único que aguanta el calor del verano y los casi veinticinco grados bajo cero del invierno. Esto me lo cuenta Patricia, una profesora de Educación Física que trabaja en una escuelita de lunes a viernes. El frío es tan intenso en este pueblo que las vacaciones de verano se dan en invierno.
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En Salta contacto con Ricardo, amigo de mi amigo Luis. De origen cordobés, se ha convertido en un salteño apasionado de su ciudad. En estos días tenemos oportunidad de charlar de casi todo, política, deporte, mujeres…
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Una mañana me propone ir a subir una montaña en los alrededores de Salta. Acepto inmediatamente y nos vamos para allá. La mañana es soleada y en nada hace presagiar lo que luego nos sucederá. Iniciamos la ascensión con Ricardo como guía de la expedición y al poco tenemos un regalo, la presencia de dos cóndores volando a pocos metros de nuestras cabezas. Me impresiona su vuelo majestuoso. El paisaje es fantástico, de un verde exultante, pero al poco una extraña niebla empieza a impedirnos la visibilidad. Llegamos a la cumbre sobre las 14:00 horas y aprovechamos para almorzar.
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Pareciera que por hoy día las emociones han sido suficientes pero de vuelta a Salta, y debido a la intensa lluvia que sigue cayendo, nos encontramos con que uno de los arroyos se ha desbordado y prácticamente corta la carretera. Vamos en el R-21 de Ricardo y como la mayoría decidimos no arriesgar. Mentalmente veo como la ducha caliente y la cama se alejan por momentos. Algunos conductores avezados cruzan el cauce a lo como sea. Un Falcon se queda en mitad del cauce sin poder avanzar. Pienso que podía haber sido el mío. Esperamos una hora por si desciende el caudal pero mas bien al contrario va subiendo. Ricardo, en un arranque de valor decide cruzar el río. Ha protegido el distribuidor con una bolsa de plástico. Nos metemos en el río. Por un momento desaparecen las luces, notamos las piedras del fondo, pero el coche sale de la situación. Nos felicitamos eufóricos. La segunda en un día. Veo acercarse nuevamente la ducha y la cama.
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Pero no va a poder ser. A los quince minutos vemos que se ha desprendido parte de la ladera de una montaña y que un árbol corta por completo la carretera. Ha sido apenas unos minutos antes de llegar nosotros. Hemos salvado la vida por poco comentamos. Ahora si que no hay nada que hacer. Esperar a que abran el camino. Pasamos el resto de la noche en el coche hablando nuevamente de política, deporte y mujeres. Ya de día, despejado el camino, llegamos a Salta.
Doloridos, magullados y extenuados desayunamos en casa de Ricardo.
cuando vuelvas.....vas a seguir escribiendo? vamos a echar de menos tus aventuras
ResponderEliminarOye! que solo quería darte la enhorabuena por el "peaso" viaje que te estas marcando, por los relatos que haces tan interesantes y por dejarnos cotillear a traves de ellos como te va por ahí abajo. Desde luego estas plasmando el retrato de un auténtico Oliveras "pata negra". Besitos,
ResponderEliminarEsther