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Miro de nuevo las ruedas hundidas en la arena y no puedo creerlo. Tan sólo unos segundos antes rodaban como si nada camino a la frontera argentina. Estoy en el desierto de Atacama. Acabo de visitar un salar que es además una reserva de flamencos. Y ahora, justo antes de alcanzar la carretera principal, quedo encallado en unas dunas de fina arena.
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Intento salir pero es inútil. Cada intento hunde aún más el Falcon. Miro alrededor pero no encuentro nada que pueda ayudarme. Finalmente decido cerrar el coche e ir a buscar ayuda. Salgo al cruce. Nadie me para. Hace un calor de mil demonios. Ahora comprendo porque lo llaman desierto. No pasa nadie. Finalmente me recoge una pick-up que me deja en el puesto de Carabineros. El oficial me dice que el único en el pueblo que puede ayudarme es Tito Mamani y me voy a buscarlo. Con ese nombre se podía dedicar a cualquier cosa. Cualquiera menos remolcador de vehículos. Tito no aparece y a la desesperada se lo pido a unos obreros. El que parece el jefe se ofrece a llevarme pero antes tengo que acompañarle a dejar una tubería por una montaña perdida. A la hora ya está tirando del Falcon que se resiste a salir. Está bien hundido el jodío. Finalmente sale a regañadientes. Agradezco y pago al amigo chileno y continúo viaje hasta la frontera argentina.
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Poco a poco noto el coche mas espeso, mas lento. A ratos pega tirones como si no tuviera fuerza. De pronto caigo y miro el altimetro. Estoy a mas de 3.500 metros de altura. Bajo el ritmo para no ahogarlo. Atardece.
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http://www.youtube.com/watch?v=UW-UxJTqygM)
Veo la cola del Falcon echando fuego y me da la sensación de estar llegando al infierno. Pero el infierno llegará un poco mas tarde, en un par de horas, cuando sienta que he pinchado una de las ruedas. Paro el coche, salgo y veo el destrozo. Apenas queda la llanta. Miro a un lado, al otro. De nuevo la nada, solo un tremendo dolor de cabeza y la noche que empieza a echarse encima.
Tengo media hora de luz así que no pierdo tiempo.
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Cambio la rueda en veinte minutos, lo bueno de practicar las cosas.
Sigo adelante, ya pocas cosas me pueden pasar. El día desde luego ha estado completo. Supero la cota de los 4.000 metros. El paisaje se torna rojizo. Ya de noche paso el control chileno. Unos kilómetros mas tarde llego al argentino. Problemas con la documentación. Me invitan a pasar la noche con ellos. Acepto. Son las diez de la noche y no hay vida en muchos Km. Ceno con ellos en familia mientras vemos el fútbol. Están en chándal y chancletas. En realidad parece una peña gastronomica o un club de amigos. La cena está muy rica, la ha hecho uno de ellos. River va perdiendo y hay cara de sufrimiento en sus caras. Me retiro a dormir antes de que termine el partido. Me dan unas mantas y duermo en una especie de habitación para invitados.
Al día siguiente, temprano, prosigo viaje. El camino de ripio empeora. Tengo cuatro horas hasta la siguiente gasolinera y como siempre poca gasolina. A las dos horas, ya estoy con la reserva y mendigo unos litros en un pueblecito del camino. Es la primera población que veo casi en veinticuatro horas. Alguien, de rostro indio y muy tostado, me vende cinco litros. Estoy salvado. Con esto llego a San Antonio de los Cobres.
Tras horas de desierto y aridez, sin gasolina ni agua ni comida, las grises casas de San Antonio se me antojan un oasis. Están hechas de adobe porque es lo único que aguanta el calor del verano y los casi veinticinco grados bajo cero del invierno. Esto me lo cuenta Patricia, una profesora de Educación Física que trabaja en una escuelita de lunes a viernes. El frío es tan intenso en este pueblo que las vacaciones de verano se dan en invierno.
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Poco a poco el camino va cambiando de la aridez a la vegetación exuberante. Aparecen los primeros cactus. Llego a Salta sorprendido porque no me la imaginaba así de verde. La ciudad es muy agradable con edificios y plazas coloniales. y toda la gente del mundo en sus calles. El salteño vive su ciudad y le gusta pasearla.
En Salta contacto con Ricardo, amigo de mi amigo Luis. De origen cordobés, se ha convertido en un salteño apasionado de su ciudad. En estos días tenemos oportunidad de charlar de casi todo, política, deporte, mujeres…
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Una mañana me propone ir a subir una montaña en los alrededores de Salta. Acepto inmediatamente y nos vamos para allá. La mañana es soleada y en nada hace presagiar lo que luego nos sucederá. Iniciamos la ascensión con Ricardo como guía de la expedición y al poco tenemos un regalo, la presencia de dos cóndores volando a pocos metros de nuestras cabezas. Me impresiona su vuelo majestuoso. El paisaje es fantástico, de un verde exultante, pero al poco una extraña niebla empieza a impedirnos la visibilidad. Llegamos a la cumbre sobre las 14:00 horas y aprovechamos para almorzar.
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Es una pena porque apenas se aprecia el paisaje. Comenzamos a descender. Ahora ya no se ve nada. Nos perdemos. No encontramos las marcas que señalizan el camino de vuelta. Una y otra vez subimos y bajamos pero cada vez estamos más perdidos. La niebla nos ha desorientado. Por si fuera poco comienza a llover. Cansados y mojados nos refugiamos bajo una piedra mientras nos planteamos hace noche.
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La perspectiva de quedarnos en la montaña no nos hace muy felices y tras unos instantes de deliberación decidimos “echarle cojones” y hacer un último intento. Ricardo al grito de “adelante los Tercios españoles” va abriendo camino. La vegetación es a veces tan espesa que necesitaría un machete. Yo detrás empiezo a resentirme de una rodilla. Encontramos una quebrada por la que bajar y comenzamos a ver la luz pero todavía nos queda lo peor. Vamos siguiendo el curso de un riachuelo. En un momento dado las ramas nos cortan el camino y tenemos que meternos en el propio río. Ahora estamos empapados por la lluvia, llenos de rasguños y con el agua hasta las rodillas. Ricardo sigue abriendo camino y haciendo imitaciones de expresiones españolas. No pierde el ánimo. La parte final, la que parece más fácil, es la peor. La tierra se ha convertido en barro y las caídas y resbalones son una constante durante una hora más. Yo voy cojo pues la rodilla me duele con cada movimiento. Finalmente alcanzamos la carretera y la hostería donde habíamos dejado el coche. Estamos salvados. Tomamos dos cafés con leche para recuperarnos. Lo hemos pasado realmente mal.
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Pareciera que por hoy día las emociones han sido suficientes pero de vuelta a Salta, y debido a la intensa lluvia que sigue cayendo, nos encontramos con que uno de los arroyos se ha desbordado y prácticamente corta la carretera. Vamos en el R-21 de Ricardo y como la mayoría decidimos no arriesgar. Mentalmente veo como la ducha caliente y la cama se alejan por momentos. Algunos conductores avezados cruzan el cauce a lo como sea. Un Falcon se queda en mitad del cauce sin poder avanzar. Pienso que podía haber sido el mío. Esperamos una hora por si desciende el caudal pero mas bien al contrario va subiendo. Ricardo, en un arranque de valor decide cruzar el río. Ha protegido el distribuidor con una bolsa de plástico. Nos metemos en el río. Por un momento desaparecen las luces, notamos las piedras del fondo, pero el coche sale de la situación. Nos felicitamos eufóricos. La segunda en un día. Veo acercarse nuevamente la ducha y la cama.
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Pero no va a poder ser. A los quince minutos vemos que se ha desprendido parte de la ladera de una montaña y que un árbol corta por completo la carretera. Ha sido apenas unos minutos antes de llegar nosotros. Hemos salvado la vida por poco comentamos. Ahora si que no hay nada que hacer. Esperar a que abran el camino. Pasamos el resto de la noche en el coche hablando nuevamente de política, deporte y mujeres. Ya de día, despejado el camino, llegamos a Salta.
Doloridos, magullados y extenuados desayunamos en casa de Ricardo.