sábado, 28 de marzo de 2009

Compañeros de viaje

Durante mi estancia en Bolivia he recogido a mucha gente que me ha hecho el camino más agradable, me ha enseñado cosas del país y en numerosas ocasiones me ha ayudado a sortear los obstaculos. He podido hablar de historia, política, economía,… y he aprendido a diferenciar a un Camba (los orientales) de un Colla (los occidentales). Siempre les pregunté por Evo Morales y su gobierno y siempre me respondieron sinceramente, tanto los que estaban a favor como en contra. Todos ellos insistieron en pagarme pero yo siempre contesté que nunca cobraba a mis pasajeros. En unos casos fueron minutos, en otros casi un día. Muchos de ellos me dejaron su foto de recuerdo.

jueves, 26 de marzo de 2009

Bolivia es mucha Bolivia

En Uyuni paso de tours organizados y me propongo ir con el Falcon al salar. Para mayor seguridad contrato a Nefi, un guía que conoce bien la zona. El salar de Uyuni no tiene nada que ver con el de Atacama. El que tengo ahora ante mis ojos es como un mar helado y blanco como la nieve. Empiezo a rodar sobre él. La sensación es muy extraña, pero trasmite seguridad. Hacemos una breve parada en el Hotel de Sal antes de adentrarnos unos cien kilómetros en dirección a la isla Huancasi que está llena de cactus. Es realmente sorprendente el contraste de éstos con la blancura de la sal. Parece un paisaje surrealista. Después de varias horas, ya de noche, llegamos a Uyuni. Estoy cansado y para desquitarme de las penurias del día anterior me meto entre pecho y espalda un bife de llama con una botellita de vino boliviano. Marcho contento al hospedaje.
Hago bien en reponer fuerzas porque aún me queda por pasar lo peor. A la mañana siguiente, saliendo del pueblo, recojo a Javier y Victoria que han perdido el tren a Oruro. Algo más adelante se subirá Delfín y Agustina. El Falcon nunca va vacío. Las primeras horas transcurren con tranquilidad. El destino es La Paz. Algunos tramos son complicados pero poco a poco los vamos sorteando. Javier hace de copiloto y me va indicando por donde pasar. Paramos a comer en un pueblito. Por la tarde la cosa se pone muy fea. Vadeamos varios ríos de los que sinceramente pienso que el coche no iba a salir. En más de una ocasión tenemos que colocar una bolsa de plástico en el delco pues si se moja el motor se para de inmediato. En mi mente el Falcon atascado en el agua que vi en Salta. En un rio, no muy ancho pero bastante profundo, meto el Falcon con fuerza. Veo desaparecer el morro bajo el agua que llega hasta la ventanilla. Voy pisando a fondo y lo atraviesa pero en el último metro se cala. Pienso lo peor pero consigo arrancar de nuevo. No puedo sacarlo. Javier me comenta que el problema es que la corona está apoyada sobre una piedra y ha dejado una de las ruedas traseras sin tracción. Javier, Delfín y Victoria tiran del coche y finalmente sale. (http://www.youtube.com/watch?v=kKKQUfXz3Vk )Llegamos al asfalto. Las dos últimas horas hasta Oruro son un placer. Dejó a mis pasajeros sobre las 18:30 y sigo camino a La Paz. Me quedan tres horas pero la carretera es buena. Vuelvo a subir pasaje. Son como tropecientos. Madres, abuelos, niños, bultos. Ni siquiera los cuento. Pero no los puedo llevar a su destino. Noto un ruido muy fuerte en el coche y tengo que parar. Llego hasta un pueblecito pequeño y feo típico de carretera. Decido hacer noche para que al día siguiente pueda verlo un mecánico. El único alojamiento existente deja bastante que desear. Al dueño apenas le entiendo pero finalmente me hace ver que no hay cuarto de baño y que para cualquier cosa utilice un rincón del patio. Por supuesto la cama no tiene sábanas pero me da un par de mantas con las que me apaño. Tampoco puedo pedir mucho por veinte bolivianos (dos euros). En cualquier caso me alegro de haber elegido la habitación con cama, otros huéspedes duermen en el suelo aunque pagan algo menos claro.
Al día siguiente obtengo el diagnostico del mecánico. El rodamiento de la rueda trasera derecha está roto y hay que sustituirlo pero el repuesto está en La Paz. Me recomienda no continuar viaje pues corro el riesgo de quedarme tirado. Por una vez decido no arriesgarme y alquilo un camión de ganado para llevar el Falcon a La Paz. Es un Volvo grande que aquí compran de segunda mano una vez que en el primer mundo ya le han sacado partido. Tres horas después, yo sentado en la cabina y el Falcon en el habitáculo del ganado llegamos a El Alto, una ciudad justo antes de La Paz. Nos para la policía. Quieren dinero. Yo me niego a pagar. Al camionero no le queda mas remedio. Descargamos el coche. Allí me peleo con el camionero por el precio. Me quiere cobrar más que el pactado.
Una fina lluvia empieza a caer. Renqueante de la rueda trasera derecha entro en La Paz.

domingo, 22 de marzo de 2009

Bolivia

Todo ha cambiado de repente. Acabo de terminar los tramites en el lado argentino y me topo con otra realidad. La calle aparece poblada de puestecitos que impiden mi camino. Una señora me mira como diciéndome que no piensa levantarse pero finalmente se levanta muy lentamente. A duras penas consigo avanzar hasta el puesto de inmigración boliviano. Hace mucho calor y las hojas del pasaporte se han pegado cuando se lo entrego al oficial del mostrador. Es el último trámite para estar en Bolivia. Me mira todo y me pide con desgana el carné internacional de vacunación. No lo tengo le digo. Pues no puede pasar me contesta. Otra vez en las mismas. Pongo cara de desesperación a la espera de la frase que sé va a venir a continuación. ¿No tendrá unos bolivianos para acelerar el trámite? Le pregunto cuánto. Cien dólares me contesta riéndose. Le doy doce pesos argentinos y me sella el pasaporte.
Debo aclarar que hasta ahora, ni en Argentina ni en Chile me han pedido dinero. Pero en Bolivia esto empieza a cambiar.
Tras conseguir algo de dinero y comida en el fronterizo pueblo de Yacuíba me adentro en territorio boliviano por un camino lleno de verdor y piedras. Curvas y más curvas. Subidas y bajadas siempre rondando los 4000 metros. De vez en cuando me cruzo con alguien. Apenas me da tiempo a cerrar la ventanilla para que no entre el polvo que forma al pasar. De todos modos el coche tiene polvo en cada uno de sus rincones. Cuatro horas después llego a un pueblo. Pregunto donde conseguir algo para comer y me indican la casa de una señora. La señora en cuestión me saca una silla y la pone en mitad de la calle para que me siente mientras me prepara un bocadillo. La gente me mira como a un marciano. Observo que todo está cerrado. Me cuentan que están con la campaña del denge fumigando por todas partes. Caigo en la cuenta. Con las prisas y los problemas se me ha olvidado el grave problema que está viviendo Bolivia con esta enfermedad que se trasmite por picadura de mosquito. En breves segundos visualizo perfectamente el cajoncito del mueble del cuarto de baño de mi casa donde dejé olvidado el repelente antimosquitos. Pienso en las probabilidades que tengo de contraer la enfermedad y me tranquilizo mientras me como el bocata de milanesa.
Continúo y llego a Tarija, una pequeña ciudad que me sorprende por sus plazas y ambiente tranquilo. También me brinda la oportunidad de probar alguno de sus vinos, muy ricos por cierto.
Pero mi objetivo es llegar a Potosí. La carretera es tan mala que hago medias de 20-30 kms por hora. Paradójicamente aquí cobran peaje por carreteras que parecen caminos de cabras. Peaje oficial me refiero, porque al lado del cobrador siempre está el oficial que se lleva “extraoficialmente” unos bolivianos al bolsillo. De vez en cuando, y sin venir a cuento, aparece un trozo de carretera pavimentada para volver al ripio poco después. Ese tipo de cosas que uno no termina de entender.
La gente en Bolivia es mas sencilla que en Argentina. A veces ni me entienden. Se ponen nerviosos cuando me ven. Al llegar a otro pueblo intento hacer una pregunta a tres chavales que estaban en un banco sin hacer nada. Uno de ellos sale corriendo directamente. Los otros dos se quedan asustados. Les hago un gesto para que se tranquilicen y no huyan. ¿Para Potosí voy bien por aquí? – pregunto. No contestan, me miran, están paralizados. Hago la pregunta más sencilla. ¿Potosí? Me hacen gestos negativos con la cabeza. Me voy porque veo que realmente lo están pasando mal. Un poco mas adelante veo un cruce y vuelvo a intentarlo. ¿Potosí? Un grupo de personas me dicen que si y se me suben sin mas al coche con tropecientos bultos. No se cómo lo he hecho pero en un segundo he llenado el Falcon de gente y equipaje. Al menos ahora se que voy por el buen camino…
A lo largo del camino iré recogiendo a otra mucha gente con ganas de comunicarse pero con pocas posibilidades. Unas veces porque su lengua materna es el aymará o quechua y el español lo hablan muy mal. Otras porque su nivel cultural es muy bajo. En esto también se nota una gran diferencia con sus vecinos chilenos y argentinos.
En un momento dado me trago una piedra (una piedra en el camino, me enseñó que mi destino…). El Falcon pega un salto pero sigue caminando. Asustado voy revisando todos los indicadores de agua, aceite, etc… No veo nada raro y el coche sigue devorando kilómetros y polvo. Me tranquilizo pero a poco de llegar a Potosí, cuando la carretera vuelve a ser asfaltada, noto que el coche tiene un extraño temblor que me impide ir a mas de 40 km/h. Lo llevo a Talleres Marquez. Allí detectan la avería. La piedra golpeó el cardán dejándolo como un churro. Llevan el cardán a un tornero y me lo dejan como nuevo. Siempre tuve ganas de visitar Potosí. Mas allá de la expresión “vale mas que un Potosí” la ciudad tenía para mi unas reminiscencias que la convirtieron en un punto de destino obligatorio a lo largo de mi ya largo camino. Leo algo de historia de la ciudad, y me entero de que Potosí, fundada bajo el Cerro Rico, estuvo siempre ligada a éste, por las grandes cantidades de mineral sobre todo plata y oro que contenía. Potosí fue unas de las pocas cecas de latinoamerica acuñando moneda desde el siglo XVI. Su auge fue tan grande que a principios del XVII vivían más de ciento cincuenta mil personas aquí. Tenía más población que Madrid o París. Y de ahí viene todo su esplendor, la gran cantidad de monumentos e iglesias que quedan como vestigio de una época en la que la ciudad fue grande, muy grande. Luego vendría su declive y varios intentos de remontar. Hoy en día, y tras unos años de crecimiento, la ciudad apenas tiene la población que llegó a tener tres siglos atrás.
Potosí, sigue viviendo de la minería y por eso obligada es la visita a una de las minas llamada La Candelaria. Nada que ver con la que hice a la mina de Chuquicamata. Aquí no existen medidas de seguridad y los mineros trabajan prácticamente en las mismas condiciones que hace cien años. Mastican coca como único recurso contra la soledad porque así es como trabajan. No tienen patrón. Son autónomos. Compran el derecho a una galería en la mina y se pagan todo ellos. Casco, dinamita, alcohol para beber, coca, y cigarrillos para el Tio, el demonio de la mina. La pachamama, mujer, es el equilibrio espiritual dentro de la mina. Los mineros tienen la creencia de que la mina te da lo que tu le des a ella y de ahí las ofrendas al Tio y la Pachamama.
Hago la visita con dos chicas barcelonesas y un guía que nos lleva hasta el cuarto nivel de la mina. A medida que vamos bajando el calor se hace mas insoportable. A veces el hueco es tan pequeño y resbaladizo que me cuesta avanzar. Nos encontramos a un minero. Le damos dinamita y refresco que hemos comprado previamente para regalar. Al ser autónomo, el minero tiene que comprar su propio explosivo y mecha. Si tiene suerte y encuentra una veta puede llegar a hacer dinero pero la triste realidad es que con la crisis mundial y la caída de los precios de los minerales en el mercado internacional apenas sacan para vivir. De alguna forma la fiebre del oro sigue viva en Potosí.
Vamos encontrándonos con otros mineros y también con el santuario del Tio. Las condiciones de los mineros son duras pero al menos no les pegan latigazos como enla época de la colonia. Estoy sudando como un pollo, la ropa que me han prestado para entrar en la mina me dan mucho calor. Me entra polvo en los ojos y no paro de llorar. El lugar es bastante agobiante. Por fin, salimos a la luz. La visita ha durado varias horas pero se me ha hecho muy corta.

Complemento necesario a esta visita para conocer el proceso completo, es recomendable una visita a la casa de la moneda. A parte de ser una de las obras arquitectónicas mas importantes de la arquitectura colonial tuvo una gran importancia pues aquí se acuñaron buena parte de las monedas del imperio español aunque muchas se perdieron en el fondo del mar. Monedas hechas con el sufrimiento del indígena para sufragar muerte y guerras inútiles al otro lado del océano intentando mantener un imperio destinado como todos los imperios a perecer.
Me voy a Sucre, de la cual no esperaba nada, y que me parece una ciudad preciosa, animada, estudiantil y sobre todo muy bien conservada. Pero apenas puedo estar un día pues voy justo de tiempo.
Volviendo de Sucre camino otra vez a Potosí se me enciende la luz roja del alternador. La batería no se está cargando. Me quedo sin ella justo a 200 metros de talleres Marquez en Potosí. Una suerte. Compro una batería nueva y salgo para Uyuni. Mi intención es visitar el salar mas grande del mundo.
Por el camino y ya caída la noche recojo a Juan Carlos, un profesor de Física y Química muy parlanchín. Empieza a llover y la cosa se pone fea pero seguimos avanzando. Con suerte llegaremos a las once de la noche a Uyuni. En mitad de la noche y empapado recojo a Néstor que también lleva el mismo destino. Vadeamos algún río. La noche es cerrada y apenas se ve nada. En un punto el camino está cortado. Un autobús y un camión al intentar ayudar a éste se han quedado encallados en el barro. Toca pasar la noche en el Falcon. Juan Carlos en el asiento delantero. Nestor y yo en la parte de atrás. Hace mucho frío. Amanezco tiritando. A las nueve de la mañana todo sigue igual y la pala que puede solucionar la situación no termina de llegar. Una hora mas tarde llega y se monta el espectáculo. La carretera está llena de gente que ha tenido que pasar la noche en el coche y que aplaude, grita o rie los aciertos o desaciertos del operario de la pala.
Finalmente sacan los vehículos atascados y continuamos viaje. Llego a Uyuni con más de doce horas de retraso.

martes, 17 de marzo de 2009

LOS VALLES CALCHAQUÍES

No os creáis que todo es diversión y aventura en la vida del viajero. También hay una parte que no se ve, ni se cuenta. Me refiero a las gestiones. Sacar dinero, buscar una pieza, un taller mecánico, buscar un ciber para publicar el blog,.. En fin, que en Salta no solo estuve comiendo empanadas (buenísimas por cierto) y Locro (comida regional típica de la zona) y bebiendo vino. Entre otras cosas aproveche para poner el Falcon a punto, sobre todo en su parte estética que había quedado algo descuidada en los últimos tiempos. Le compre el faro que le faltaba y dejó estar tuerto. Aunque el faro funcionaba no quería dar pie a problemas con la policia, posibles mordidas, etc… Y los repuestos aquí son tan baratos que no pude resistir la tentación de comprarle también una nueva parrilla con el logo incluido. Además de esto le hice un cambio de aceite y filtro (no había hecho ninguno desde que salí de Buenos Aires) y le di una lavadita. Vamos que quedó como nuevo.
Tras la agitación de los últimos días, decidí relajarme un poco días y hacer un pequeño recorrido por los valles calchaquíes y sus pueblitos. Era ésta una zona que tenía muchas ganas de visitar desde hace tiempo. Bajé primero por la ruta 68 hasta Cafayate y las ruinas de Quilmes para luego volver a Salta por la 40 reencontrándome otra vez con esta carretera aunque mucho mas al norte y visitando brevemente Cachi. Ambos trayectos son espectaculares y con zonas muy distintas de quebradas y valles verdes. Y mucho cactus. Si algo me ha sorprendido de Salta es lo variado de sus paisajes. Y la gente es tan amable…
Cafayate es zona de vino y también tuve ocasión de degustar alguno de ellos que son de bastante calidad. En este sentido tampoco me puedo quejar.
Deje Salta y me fui a Jujuy, otra capital agradable y con muchas sitios por ver en los alrededores. Visité Tilcara y Humahuaca, dos pueblitos camino a la frontera con diferentes estéticas. El primero es bonito y tiene unas ruinas pre-hispánicas interesantes pero ha perdido parte de su encanto al hacerse demasiado turístico. El segundo en cambio conserva todo su sabor y me fascinó pasear por sus calles sin asfaltar. Buscando un cine en Humahuaca me tope con Tantanakuy, una asociación cultural creada por Miguel Torres y que desarrolla una actividad encomiable si tenemos en cuenta el lugar y los medios. Hablando con Lorena, la bibliotecaria me explicó el sentido de la asociación en ese lugar remoto del mundo y la labor que realizan. El centro además de contar con una biblioteca y un cine dispone de un bar, alojamiento y un par de salas para actividades. Normalmente imparten cursos de música tradicional, baile, etc… para la gente del pueblo pero también aceptan guiris así que si estáis interesados en aprender a tocar la quena o aprender filosofía andina podéis contactar con la asociación (www.tantanakuy.org.ar) y quedaros una semanita en el pueblo. Para mi fue una lastima no tener mas tiempo. En fin, ya os digo que pase unos días agradables visitando estos pueblitos pero tenía que seguir mi destino y además necesitaba algo de tensión así que enfile el Falcon hacia La Quiaca, la frontera con Bolivia. Allí estuve esperando una hora hasta que apareció un funcionario de aduanas que tras mirar mi documentación me dijo muy amablemente que no me dejaba pasar. Y no me dejo. Así que me tuve que volver por el mismo camino que había venido.

jueves, 12 de marzo de 2009

Vicisitudes, contratiempos, y otros acontecimientos

Miro de nuevo las ruedas hundidas en la arena y no puedo creerlo. Tan sólo unos segundos antes rodaban como si nada camino a la frontera argentina. Estoy en el desierto de Atacama. Acabo de visitar un salar que es además una reserva de flamencos. Y ahora, justo antes de alcanzar la carretera principal, quedo encallado en unas dunas de fina arena. Intento salir pero es inútil. Cada intento hunde aún más el Falcon. Miro alrededor pero no encuentro nada que pueda ayudarme. Finalmente decido cerrar el coche e ir a buscar ayuda. Salgo al cruce. Nadie me para. Hace un calor de mil demonios. Ahora comprendo porque lo llaman desierto. No pasa nadie. Finalmente me recoge una pick-up que me deja en el puesto de Carabineros. El oficial me dice que el único en el pueblo que puede ayudarme es Tito Mamani y me voy a buscarlo. Con ese nombre se podía dedicar a cualquier cosa. Cualquiera menos remolcador de vehículos. Tito no aparece y a la desesperada se lo pido a unos obreros. El que parece el jefe se ofrece a llevarme pero antes tengo que acompañarle a dejar una tubería por una montaña perdida. A la hora ya está tirando del Falcon que se resiste a salir. Está bien hundido el jodío. Finalmente sale a regañadientes. Agradezco y pago al amigo chileno y continúo viaje hasta la frontera argentina.
Poco a poco noto el coche mas espeso, mas lento. A ratos pega tirones como si no tuviera fuerza. De pronto caigo y miro el altimetro. Estoy a mas de 3.500 metros de altura. Bajo el ritmo para no ahogarlo. Atardece.
(http://www.youtube.com/watch?v=UW-UxJTqygM)
Veo la cola del Falcon echando fuego y me da la sensación de estar llegando al infierno. Pero el infierno llegará un poco mas tarde, en un par de horas, cuando sienta que he pinchado una de las ruedas. Paro el coche, salgo y veo el destrozo. Apenas queda la llanta. Miro a un lado, al otro. De nuevo la nada, solo un tremendo dolor de cabeza y la noche que empieza a echarse encima. Tengo media hora de luz así que no pierdo tiempo. Cambio la rueda en veinte minutos, lo bueno de practicar las cosas.
Sigo adelante, ya pocas cosas me pueden pasar. El día desde luego ha estado completo. Supero la cota de los 4.000 metros. El paisaje se torna rojizo. Ya de noche paso el control chileno. Unos kilómetros mas tarde llego al argentino. Problemas con la documentación. Me invitan a pasar la noche con ellos. Acepto. Son las diez de la noche y no hay vida en muchos Km. Ceno con ellos en familia mientras vemos el fútbol. Están en chándal y chancletas. En realidad parece una peña gastronomica o un club de amigos. La cena está muy rica, la ha hecho uno de ellos. River va perdiendo y hay cara de sufrimiento en sus caras. Me retiro a dormir antes de que termine el partido. Me dan unas mantas y duermo en una especie de habitación para invitados.
Al día siguiente, temprano, prosigo viaje. El camino de ripio empeora. Tengo cuatro horas hasta la siguiente gasolinera y como siempre poca gasolina. A las dos horas, ya estoy con la reserva y mendigo unos litros en un pueblecito del camino. Es la primera población que veo casi en veinticuatro horas. Alguien, de rostro indio y muy tostado, me vende cinco litros. Estoy salvado. Con esto llego a San Antonio de los Cobres.
Tras horas de desierto y aridez, sin gasolina ni agua ni comida, las grises casas de San Antonio se me antojan un oasis. Están hechas de adobe porque es lo único que aguanta el calor del verano y los casi veinticinco grados bajo cero del invierno. Esto me lo cuenta Patricia, una profesora de Educación Física que trabaja en una escuelita de lunes a viernes. El frío es tan intenso en este pueblo que las vacaciones de verano se dan en invierno.
Poco a poco el camino va cambiando de la aridez a la vegetación exuberante. Aparecen los primeros cactus. Llego a Salta sorprendido porque no me la imaginaba así de verde. La ciudad es muy agradable con edificios y plazas coloniales. y toda la gente del mundo en sus calles. El salteño vive su ciudad y le gusta pasearla.
En Salta contacto con Ricardo, amigo de mi amigo Luis. De origen cordobés, se ha convertido en un salteño apasionado de su ciudad. En estos días tenemos oportunidad de charlar de casi todo, política, deporte, mujeres…
Una mañana me propone ir a subir una montaña en los alrededores de Salta. Acepto inmediatamente y nos vamos para allá. La mañana es soleada y en nada hace presagiar lo que luego nos sucederá. Iniciamos la ascensión con Ricardo como guía de la expedición y al poco tenemos un regalo, la presencia de dos cóndores volando a pocos metros de nuestras cabezas. Me impresiona su vuelo majestuoso. El paisaje es fantástico, de un verde exultante, pero al poco una extraña niebla empieza a impedirnos la visibilidad. Llegamos a la cumbre sobre las 14:00 horas y aprovechamos para almorzar. Es una pena porque apenas se aprecia el paisaje. Comenzamos a descender. Ahora ya no se ve nada. Nos perdemos. No encontramos las marcas que señalizan el camino de vuelta. Una y otra vez subimos y bajamos pero cada vez estamos más perdidos. La niebla nos ha desorientado. Por si fuera poco comienza a llover. Cansados y mojados nos refugiamos bajo una piedra mientras nos planteamos hace noche. La perspectiva de quedarnos en la montaña no nos hace muy felices y tras unos instantes de deliberación decidimos “echarle cojones” y hacer un último intento. Ricardo al grito de “adelante los Tercios españoles” va abriendo camino. La vegetación es a veces tan espesa que necesitaría un machete. Yo detrás empiezo a resentirme de una rodilla. Encontramos una quebrada por la que bajar y comenzamos a ver la luz pero todavía nos queda lo peor. Vamos siguiendo el curso de un riachuelo. En un momento dado las ramas nos cortan el camino y tenemos que meternos en el propio río. Ahora estamos empapados por la lluvia, llenos de rasguños y con el agua hasta las rodillas. Ricardo sigue abriendo camino y haciendo imitaciones de expresiones españolas. No pierde el ánimo. La parte final, la que parece más fácil, es la peor. La tierra se ha convertido en barro y las caídas y resbalones son una constante durante una hora más. Yo voy cojo pues la rodilla me duele con cada movimiento. Finalmente alcanzamos la carretera y la hostería donde habíamos dejado el coche. Estamos salvados. Tomamos dos cafés con leche para recuperarnos. Lo hemos pasado realmente mal.
Pareciera que por hoy día las emociones han sido suficientes pero de vuelta a Salta, y debido a la intensa lluvia que sigue cayendo, nos encontramos con que uno de los arroyos se ha desbordado y prácticamente corta la carretera. Vamos en el R-21 de Ricardo y como la mayoría decidimos no arriesgar. Mentalmente veo como la ducha caliente y la cama se alejan por momentos. Algunos conductores avezados cruzan el cauce a lo como sea. Un Falcon se queda en mitad del cauce sin poder avanzar. Pienso que podía haber sido el mío. Esperamos una hora por si desciende el caudal pero mas bien al contrario va subiendo. Ricardo, en un arranque de valor decide cruzar el río. Ha protegido el distribuidor con una bolsa de plástico. Nos metemos en el río. Por un momento desaparecen las luces, notamos las piedras del fondo, pero el coche sale de la situación. Nos felicitamos eufóricos. La segunda en un día. Veo acercarse nuevamente la ducha y la cama.
Pero no va a poder ser. A los quince minutos vemos que se ha desprendido parte de la ladera de una montaña y que un árbol corta por completo la carretera. Ha sido apenas unos minutos antes de llegar nosotros. Hemos salvado la vida por poco comentamos. Ahora si que no hay nada que hacer. Esperar a que abran el camino. Pasamos el resto de la noche en el coche hablando nuevamente de política, deporte y mujeres. Ya de día, despejado el camino, llegamos a Salta.
Doloridos, magullados y extenuados desayunamos en casa de Ricardo.

jueves, 5 de marzo de 2009

Chuquicamata y el Valle de la Luna

Tenía que pasar y pasó. Estaba previsto aunque nunca imaginé que sería en las proximidades de Copiapó, una parte bastante civilizada de Chile (teniendo en cuenta las carreteritas que he tenido hasta ahora). Pero las cosas no siempre pasan como uno las imagina y seguramente por eso me quedo sin gasolina a escasos 20 Km. de Copiapó y sus gasolineras.
Actúo según protocolo estacionando como puedo el Falcon fuera de la carretera, cerrando las puertas y sacando mi bidoncito amarillo de 5 litros. Hago autostop con cara de pena.
A los diez minutos una familia de mineros me recoge. Un padre y tres hijos muy amables (nada que ver con la familia de “Acción mutante”). Estos poseen una mina de cobre y según me cuentan están a escasos diez metros del preciado metal pero necesitan una bomba nueva que cuesta cuatro millones de pesos (unos 5.000 euros). Me proponen hacerme socio y tras pensármelo declino invitación a pesar de que la rentabilidad está asegurada. Debo reconocer que me costó mucho ser una persona razonable porque bien sabe Dios que a mi tiran ese tipo de historias. En fin que ya casi me estaban llevando a la mina cuando decido que lo primero era lo primero y en este caso lo primero era sacar el Falcon de la cuneta. Así que me despido de la familia minera y por si acaso les doy mi e-mail para que me envíen las condiciones de la inversión. Si alguno de vosotros está interesado puedo hacéroslas llegar.
Una vez en la gasolinera, pregunto a un camionero si me lleva. Me dice que sí pero que tarda media hora en repostar. Lleva tres depósitos de 700 litros. Me siento ridículo con mi bidoncito de cinco litros en la mano. El camionero se llama Valerio Demóstenes. Valerio porque su padre era italiano y Demóstenes porque su madre era española. Estuve a punto de pedirle una aclaración, pero desistí. Al fin y al cabo la lógica era aplastante. Me quedo pensando en esto un rato. Pero poco porque Valerio me habla de España, de fútbol, de Zamorano,.. en fin de todos los tópicos y yo me veo en la necesidad de contestar. Me siento como un rey en el camión que es enorme y tiene dos literas. Parece un avión de lo moderno que es. Valerio me cuenta historias de sus viajes por Sudamérica. Me entran ganas de hacerme camionero. Antes no lo entendía mucho pero ahora…
Solucionado el tema de la gasolina regreso con el Falcon a Copiapó donde decido hacer noche. Me duermo dándole vueltas a lo de la mina de cobre. Al norte, pasado Antofagasta, se encuentra otra mina algo más grande, la de Chuquicamata. En realidad es una de las minas a cielo abierto mas grandes del mundo. Fue gestionada por la US Anaconda Copper Mining Company hasta que Allende la nacionalizo en el año 71. Actualmente está en manos de la Compañía del Cobre (estatal).
Poco antes de la entrada a la mina, el pueblo minero que tiene el mismo nombre, aparece abandonado. Por razones de salud, tuvieron que evacuar a la población y realojarla en Calama. La última familia salió del pueblo de Chuquimata en febrero del 2008 y en breve todo desaparecerá por los desechos de la mina que lo cubrirá para siempre. Veo las calles y los comercios sin gente, intactos, como si de un momento a otro fuesen a salir todos de golpe a la iglesia, al bar,.. Creo que este es el viaje de los pueblos abandonados.
En cambio la mina sigue a buen ritmo su producción. Actual- mente tiene 5 Km. de largo por 3 Km. de ancho y 1 Km. de profundidad. La explicación me la da Paula, una chica muy simpática puesta por la CODELCO a disposición de los guiris que se les ocurre hacer la visita. En una de estas bromea comentando que los nuevos métodos de extracción del cobre no requiere del tradicional proceso de fundición pues recurren a un nuevo método basado en el uso de bacterias que entre otras ventajas no cobran salario, ni están sindicadas, ni tienen reclamaciones laborales… Pienso en Ernesto Che Guevara que visitó esta mina en su primer viaje por Sudamérica, allá por los años cincuenta, y en el minero que le marcaría su vida introduciéndole en la doctrina comunista. Parece que fue aquí donde el joven Ernesto empezó a tomar conciencia sobre las injusticias sociales. Miro a mi alrededor para ver si alguien me contagia a mi algo pero los empleados de la CODELCO no tienen nada que ver con los mineros de hace cincuenta años. Los de ahora van todos limpitos, peinados y cumplen rigurosamente con las normas de seguridad. Me temo que tendré que seguir auto-adoctrinándome.
Salgo de la mina revisando todos mis principios políticos y morales intentado ponerlos en orden sin conse- guirlo. Al menos en la época de Ernesto las cosas estaban mas claras…
Enfilo la carretera 23 hasta San Pedro de Atacama. Lamentablemente el San Pedro que visito se ha convertido en un “adobelandia” como lo ha bautizado alguno. Todo muy bonito pero artificial. Nada artificial es el cercano Valle de la luna, un paraje de aspecto lunar que al caer la tarde toma unos colores rojizos muy intensos. Me tiro la tarde subiéndome en el techo del Falcon para hacer fotos panorámicas. No terminan de gustarme porque no consigo plasmar lo que veo.
Termino contemplando la puesta de sol desde un lugar privilegiado. A mi lado un montón de seres humanos se empeñan en hacer lo mismo que yo.