lunes, 27 de abril de 2009

Dos meses y dos dias despues

Mi llegada a meta es triunfal o al menos así lo siento mientras recorro las calles de Buenos Aires a primeras horas de la mañana. Por la avenida Libertador las multitudes aclaman al Falcon como unos meses antes lo hicieran con los vehículos del Dakar. No es de extrañar, es el gran héroe. En mi imaginación voy saludando y firmando autógrafos. En la realidad, los taxistas me pitan e insultan por obstaculizar el tráfico. Mas tarde, bajo el obelisco, fotografío el cuentakilómetros. El Falcon ha recorrido un total de 21.019 kilómetros en dos meses y dos días.
Se aproxima el momento de la separación. Durante los días siguientes lo paseo por las calles y avenidas porteñas como premio a su esfuerzo, un merecido homenaje. La última tarde en Buenos Aires el Falcon empieza a fallar. El chivato de presión de aceite se mantiene encendido permanentemente, el agua del radiador se consume y tengo que parar a cada rato. Además se niega a abrir el capó. No entiendo nada pero luego lo entiendo todo. No quiere terminar la aventura, caer en el olvido. Interpreto sus quejas como un rechazo a ser abandonado.
Mientras Argentina llora conmocionada la muerte de Alfonsín yo hago lo propio por mi Falcon mientras me dedico a hacer lo que siempre hago en Buenos Aires: gestiones. Entre otras preparo un poder en el escribano que facilite la venta del auto. A la salida le miro de refilón porque no me atrevo a hacerlo a la cara. Me siento un traidor.
Lo paso mal esos días preparando la despedida inevitable. Al fin y al cabo le debo haber conocido gente y paisajes increíbles. No me puedo quejar de la experiencia, he visto maravillas como el glaciar Perito Moreno, el salar de Uyuni o las cataratas de Iguazú. He vivido el desierto chileno y la soledad de la ventosa Patagonia. He cruzado el mítico estrecho de Magallanes y he paseado junto al canal de Beagle. He dormido en mitad de la nada y me he hundido en cuanto río se me ha puesto al alcance. Me he mojado por la lluvia y he pasado frío. También me he cabreado (conmigo mismo). Y me he perdonado (muy fácilmente). Y he tragado polvo como un maldito. Pero por encima de todas estas cosas lo que más disfruté y lo que más difícilmente podré olvidar es la sensación de absoluta libertad mientras viajaba con nada en mitad de la nada en el más difícil de los equilibrios entre la soledad y la suerte.
Todavía no ha amanecido la mañana de mi último día en Buenos Aires, de mi último día de viaje. Me acerco al taxi que me llevará a Ezeiza arrastrando los pies como un reo hacia el pelotón de fusilamiento. Nunca pensé que me costaría tanto. Desde la ventanilla echo una última mirada al Falcon. Apenas un segundo porque desaparece rápidamente tras una esquina. A través del espejo retrovisor veo los ojos extrañados del taxista. No comprende nada.

Esta es la última foto que hice al Falcon. Está tomada en Caballito, un barrio de Buenos Aires donde también le hice las primeras.

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