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No me pesa dejar Bolivia debo reconocerlo. Supongo que dentro de unos años lo recordaré como una gran aventura pero ahora tengo el regusto de una pesadilla. Siento que a partir de ahora todo irá bien.
Paraguay me recibe con una carretera espectacular en sus primeros kilómetros. Luego vendrán unos baches no menos espectaculares. Empiezo a recorrer el Chaco paraguayo, un paisaje plano verde y con vegetación baja. Aquí se celebró en los años treinta la que sería la mas importante y sangrienta guerra latinoamericana del siglo XX, la guerra del Chaco (
http://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_del_Chaco ).
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Una guerra que dejó a los dos países empobrecidos y que en cierta forma los destinó a ser lo que hoy son. El indicador de gasolina marca menos de un cuarto y no hay un surtidor hasta Mariscal Estigarribía, a 270 Km. de la frontera. Mendigo gasolina por las estancias pero solo tienen gasoil. A punta de acelerador y en tensión durante horas llego a la gasolinera de forma milagrosa. Paso los trámites de migración y aduana. En ésta última ni siquiera me dan un papel o sello. Cosas de las fronteras, en unas te hacen la vida imposible, y en otra ni te miran. Continuo viaje rumbo a Asunción, de noche para aprovechar el tiempo perdido. Vuelvo a pinchar. Ya ni sé cuantas veces he pinchado. Cambio la rueda casi con los ojos cerrados. Cansado y aburrido decido hacer noche. Cerca de Filadelfia (si habéis leído bien, Filadelfia-Paraguay), en mitad de la negritud, aparece un hotel, el Touring Club, Una chica muy agradable me atiende, un señor rubio sirve en el restaurante la cena. Paso del cero al infinito. No quiero salir de allí como un niño no quiere salir de la cama para ir al colegio pero no puedo quedarme mucho tiempo en el hotel y temprano continúo por la carretera Trans-Chaco.
Definitivamente conducir de día es otra cosa y sobre todo te permite no tragarte los baches. Voy feliz. En Paraguay todo me parece más relajado. En un control de policía me paran. Se acerca un policía y me da la mano. Me mosqueo porque pienso que quiere algo. Sin embargo revisa mi documentación y me deja pasar. Durante mi estancia en Paraguay no paro de estrechar la mano a cuanto policía se cruza en mi camino. Parece que allí es costumbre.
Llego a Asunción. Cerca de la catedral dejo el Falcon a un lavacoches y me voy a dar una vuelta. El centro de Asunción es pequeño pero tiene algunos edificios interesantes. Como algo y vuelvo a recoger el coche. Me encuentro con que el tipo al que se lo he dejado me ha hecho una buena “limpieza”. Me falta un trípode, un pantalón y unas chanclas. Se lo echo en cara y me lo niega tres veces como un San Pedro cualquiera. Llamo a la policía, aparecen varios de todas partes y de varios cuerpos.
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Hablan con él pero sigue negando el muy bellaco. Doy por perdidas las cosas pero me molesta su actitud así que decido tener mi primera experiencia en una comisaría paraguaya. Paso el resto de la tarde poniendo la denuncia. El sistema no está muy desarrollado que digamos. Un policía le dicta a otro que escribe despacito con un lápiz cada uno de los datos. Total una hora para escribir toda la denuncia. Por la noche otro funcionario la pasará a máquina. Me dicen que tengo que esperar un día para la copia. Les agradezco el gesto pero tengo que continuar viaje. Salgo hacia Ciudad del Este otra vez tarde y otra vez tengo que hacer noche en la carretera.
Ciudad del Este es un gran mercado persa de productos electrónicos. Cada día miles de personas cruzan el puente que separa la ciudad de Brasil. Por la ventanilla del coche me ofrecen todo tipo de productos, hasta escobillas de los limpiaparabrisas. Realmente carece de interés y prosigo rápidamente hasta las cataratas.
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Brasil tiene algo que te da alegría. Nada mas cruzar me invade una sensación de buen rollo. Voy justo de tiempo así que me dirijo directamente a las cataratas de Iguazú por el lado brasileño. Espectaculares. Desde aquí se obtiene una vista panorámica de todas los saltos. Mas tarde acudo al lado argentino. Espectaculares. Ante la discusión de cual es el lado mas bonito, y en contra de la opinión generalizada, me quedo con el argentino pues aunque desde el brasileño se obtiene una vista mas completa desde el argentino se viven mas intensamente las cataratas. De todas formas, con ver los dos lados…todo solucionado.
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Al día siguiente me levanto a las cuatro de la mañana pues quiero aprovechar el día. Enfilo el camino hacia Portoalegre-Uruguay pero algo me obliga a parar. Son las cinco de la mañana. Las calles de Foz de Iguazú están desiertas. Me quedo pensando en silencio. Algo me dice que ya es hora de regresar a Argentina así que cambio nuevamente de planes y me voy a frontera. Allí me encuentro nuevamente con los amigos del AFIP (aduaneros argentinos) que me hacen un registro exhaustivo del vehículo durante media hora. Problemas para sacarlo del pais, problemas para meterlo en el pais. No dejo que la experiencia me prive de la alegría de pisar de nuevo tierras argentinas y lo celebro visitando San Ignacio Miní, una de las reducciones jesuiticas de la zona (
http://es.wikipedia.org/wiki/Reducciones_jesu%C3%ADticas).
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Algunos consideran estas reducciones como un antecedente del comunismo. Sin llegar a tanto lo cierto es que fueron un experimento sumamente interesante tanto en el plano economico-politico como en el cultural llegando a un sincretismo de ideas cristianas y guaraníes que duró mas de cien años hasta la expulsión de los jesuitas de la zona. El fin último de las misiones no era otro que el de evangelizar a los indios guaraníes pero buscando un acercamiento a sus costumbres. Los caciques locales por otra parte aceptaron en muchos casos los símbolos cristianos para resguardarse entre otros de los amenazas de los bandeirantes portugueses. Guaraníes y jesuitas combatieron juntos contra estos en numerosas ocasiones consiguiendo mantenerlos a raya durante muchos años. Los jesuitas hablaban guaraní para hacer llegar su mensaje religioso y publicaron libros en esa lengua así como un diccionario castellano-guaraní que todavía sirve de referencia. En definitiva una de las curiosidades que nos ofrece la historia y ahí están las ruinas de San Ignacio Miní para atestiguarlo.
Paso mi última noche en un hotelito de carretera, el Regional, a unos 500 kms. de Buenos Aires. Refugiado en la única habitación ocupada de la planta superior repaso mentalmente anecdotas y sufrimientos del viaje. Me doy cuenta de que pronto todo se habrá terminado. Estoy triste. Mas abajo, con el motor aun caliente, el Falcon descansa en silencio.
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