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Por la televisión, en el canal TN al que soy aficionado, retransmitían la llegada del Dakar a Buenos Aires. Apenas a unas “cuadras” de mi casa. Inmediatamente me encontré en una de estas incomodas situaciones en las que tenía que tomar una decisión sobre algo.
Por un lado me apetecía ir a disfrutar del espectáculo, por otro estaba muy a gusto mirando el techo sin pensar en nada ni en nadie. Tenía que decidir entre hacer o no hacer.
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Finalmente ese extraño sentido del deber que llevo dentro me obligó a tomar la decisión de salir a la calle para mezclarme con la muchedumbre, el calor, y el espectáculo. Debo decir que no me arrepentí.
Fueron varias horas pero apenas me enteré entretenido con el espectáculo. Mientras miraba las motos, coches y camiones pensaba que en cierto modo yo iba a iniciar mi propio Dakar. Una carrera alternativa, sin dorsal ni etapas definidas. Una carrera que comenzaba en BUE pero que no sabía muy bien donde iba a terminar (Señor, Señor, que no me pase lo que a Carlos Saínz).
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Entre éste y otros pensamientos volví a casa y me eché una siesta del siete. Mi último contacto con la realidad fue el zumbido armónico del las aspas de ventilador.
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